Malas intenciones.


Interior del cementerio Woodlawn, 11.54 P.M. Las luces de las calles de Nueva York se reflejan en las nubes del cielo. El detective Kid Trickshot aguarda al pie del lago, observando las ondas que provocan las hojas caídas en el agua. El aire es frío y mueve mesuradamente su bufanda. Apura, lentamente, la última calada del quinto cigarro de esta noche. Se le nota intranquilo. No hay luces que iluminen las lápidas ni el agua, los coches se escuchan en la lejanía, y una capa de bruma rojiza envuelve la escena.

El sonido del móvil sobresalta a Kid. Lo saca del bolsillo apresuradamente, y abre el mensaje que acaba de recibir. Dile a los dos francotiradores que salgan del cementerio, o mato a la niña, se puede leer desde su pantalla. Es el número del asesino. Cierra los ojos con fuerza, con una mano agarrando el móvil y con la otra apretando el tabique de su nariz, y marca, con la velocidad que le permite el temblequeo de sus dedos, el número del comisario. El timbre de llamada suena dos veces hasta que responde.

—Señor comisario.
—Detective Trickshot —puede escucharse desde el teléfono.
—El objetivo ha localizado a nuestros hombres.
—¿Al águila y al gato?
—Al águila.

El detective recibe un nuevo mensaje, y lo abre sin colgar la llamada. Retira a tu hombre de la visión térmica o mato a la niña, si veo otro poli, el próximo mensaje será la foto de su cabeza.

—Señor comisario, también al gato.
—¿Quién coño es ese hombre? ¿Cómo ha localizado nuestras tres unidades? ¿Está usted seguro de que solo es uno?
—Solo perseguí a uno en la escena del crimen de Lily, pero podrían ser más.
—No me gusta, Trickshot. Ahora está solo.
—Me quería a mí, de todos modos. Pero ahora podría matarme sin problemas, debemos abortar.
—No voy a perder la única oportunidad de recuperar a mi Margaret. Averigüe todo lo que pueda, y no se deje matar. Necesito a mi hija libre de las garras de ese pedófilo.
—Con todos mis respetos, señor...
—No hay respeto que valga. Estás tan metido en este caso como nosotros, y el asesino te quiere a ti para el intercambio. Si sales ahora del recinto, ordenaré a mis hombres que disparen.
—No es un intercambio si no tenemos nada que ofrecerle.

El teléfono comunica, y el detective se ajusta su sombrero, claramente preocupado. Mira hacia el campanario, donde uno de los francotiradores debe de estar abandonando el lugar. La posición del otro es confidencial, y solo la saben los policías de mayor rango.

—¿Veis? Tenía razón, es un poli.

Da un puntapié al aire, que se topa con un guijarro que resbala lentamente hasta hundirse en la orilla. Un cuervo grazna a lo lejos repetidamente, y su sonido hace eco en otras aves que contestan tímidamente, también lo que parece un búho hululando. El teléfono vuelve a sonar, es otro mensaje. Puede leerse, lanza el teléfono al lago y camina recto dejándolo a tus espaldas.

—Quieres jugar con la comida, ¿eh, poli? Me gusta jugar. Ahora solo estamos tú y yo.

Aunque su mano tiembla, lo disimula agarrando con fuerza el revólver desenfundado. La niebla rojiza permanece, y la temperatura desciende lentamente conforme avanza la noche. Los pasos del detective son cautos. Se reajusta la gabardina: tiene un micrófono dentro. En determinado momento, escucha la recarga de una escopeta a sus espaldas, y se detiene, cerrando los ojos. Solo puede verse el cañón del arma, enfocada por la luz devuelta de las nubes, y al detective, completamente inmóvil agarrando su revólver.

—Tras cuatro asesinatos, decides hablar conmigo. ¿Por qué? —dice Kid.

El cañón de la escopeta ni se inmuta desde su posición en la oscuridad fuera del camino, el asesino de Morris Park finalmente ha dado con el perro que le persigue. Él levanta las manos, despacio.

—Sé que eres poli. —Por más que Kid habla, el asesino no contesta.

La luna se abre paso entre las nubes del cielo, y la brisa fría de noviembre sopla en la cara del detective, que está controlando sus temblores como puede. El asesino, por su parte, permanece inmóvil y en silencio. Kid sigue hablando.

—Me has traído hasta aquí por algo. Dame a Margaret primero, Smith, y veremos en qué te puedo ayudar. ¿O eres el señor comisario? Solo ellos dos tienen acceso a la ubicación de los francotiradores, a las pruebas retocadas del asesinato de Jonah, a los detalles del caso Morris Park y cuadran su altura con el sospechoso que perseguí. Así que, ¿quién eres, asesino?

Un estruendo seguido de un relámpago sale del cañón de la escopeta, impacta en la espalda de Kid y lo desploma contra el suelo. El asesino avanza hacia el detective, pero él, rápido, se da la vuelta y abre un agujero en el corazón del teniente Smith, iluminado ahora por la luna, que se detiene, con la mirada perdida.

Una figura entra en la escena, es la pequeña Margaret. Mira a ambos, y sin vacilar, agarra las manos del teniente, orienta el cañón hacia Kid y aprieta el gatillo por medio de los dedos de Smith. El cuerpo pesado del teniente se desploma en el suelo. Más allá del humo, de la sangre y la niña, envuelta en la bruma roja que recorre el cementerio, hay dos cadáveres, uno a cada lado del camino. Margaret se acerca al detective, que la mira en una última mueca de descrédito. La niña sonríe, viendo cómo la vida se va de los ojos del hombre en plena noche. Los pájaros aún sobrevuelan la zona, asustados por los repentinos disparos. Muy sonriente, la niña comprueba el pulso del supuesto asesino, se arranca algunos pelos y los enreda en la cremallera de su pantalón. Mira a lo lejos, donde se escuchan las sirenas de policía, y apresurándose algo más, coge la navaja que el teniente guarda, se hace algunos cortes y se asegura que alguna gota de sangre manche sus zapatos.

Finalmente, abandona la escena hasta llegar a las lápidas cercanas, donde se recuesta en una de ellas, se ata los tobillos con la cuerda preparada en el lugar, se amordaza y se esposa. Empieza a calentar sus gemidos ahogados y sus lágrimas, pero no puede evitar sonreir.

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