La quiero, tal y como es.
Ella me mira de forma diferente, con una dulzura que jamás entenderías. Sus ojos de miel tostada son redondos, brillantes, y su sonrisa es un regalo inesperado, la brisa vespertina fresca. Y qué bonita es, y qué natural. Ya digo que no lo entenderías... La conexión que tenemos es solo nuestra, es como un enlace covalente, o una aproximación skinneriana a la teoría máxima de Freud.
Cuando nos miramos, nos sentimos nuestros, y cuando hablamos, completamos las frases del otro. Ella es tan lista... e incluso es más bella por dentro que por fuera, lo cual es difícil, y sé que te extrañará, dirás que es como el resto del mundo, ay, y estarás tan equivocado... Ya lo dije, no podrías entender nuestro amor, de la forma que nunca entenderé el tuyo, es incapaz que tú veas lo que yo veo en ella, porque solo yo puedo.
Un día, tiempo después de conocernos, cuando a mí me gustaba y no sabía si sería correspondido, me la encontré por la calle, no, miento, ella me encontró a mí. De pronto sentí sus brazos a mi alrededor, y mi sorpresa fue tan grande que pegué un grito ahogado al verla, qué mala fue, y qué susto me dio. Es una anécdota tonta, lo sé, pero... representa bien lo que ella significa para mí, ¿no? Una sorpresa. Un regalo.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que nos besamos, estaba tan nervioso... Fue ella la que tomó la iniciativa. Sí, es cierto que fui yo el que insistí, y estaba temblando porque pensé que me diría que no, pero ella se lanzó hacia mí, y me besó con tanta pasión que casi me hizo llorar. Me hizo muy feliz, porque yo, secretamente, llevaba más de un año pensando en ella, fantaseando. Pero esa tarde solo hubo realidad: me rodeó el cuello con los brazos, me senté y ella se sentó sobre mí, y luego me desnudé, la desnudé, y admiré cada curva como si de un monumento se tratara, porque tú no lo entiendes, para ti son solo curvas, pero para mí cada una es un acontecimiento. Y nos entregamos el uno al otro allí mismo, en mi despacho. Para ella, era su primera vez. Me sentí feliz. Especial. Como pocas veces he sentido.
Mantenemos nuestra relación en secreto, por desgracia, porque está prohibida. No hay día que me despierte, palpe la mitad fría de mi cama y lamente ser su psicólogo, pero de no haberlo sido, jamás hubiese conocido a mi amor. Por eso, esperábamos a que la terapia acabase, al momento oportuno en el que ella le dijera a sus padres que está conmigo, y sabía que sus padres no lo verían bien, mira que lo sabía... Son unos remilgados burgueses, y debo reconocerlo, nunca les gusté y no me aceptarán jamás, pero eso no me importa, ni me importaba el tiempo que pensaba esperar para que nadie sospechase que nos enamoramos en terapia, qué va. Lo que me importa, de hecho, porque nos han descubierto.
Y escribo esto, el día de hoy, porque me la han arrebatado, y no es justo... ¡No es justo! No dejan que ella me vea, ni siquiera que se acerque, ni se comunique... ¿Acaso saben el bien que yo le he hecho? ¿Lo saben, eh?
Al principio, ella se encontraba mucho peor con sus problemas. Cuando hablábamos, reflejaba siempre una opinión negativa del mundo. Cuando debía completar historias, siempre tenían un final negativo o chocante, y en sus dibujos, en los que pedía que se dibujase a sí misma, ella siempre estaba en una esquina, y el contenido era violento, la mayoría de las veces. Yo deduje que una persona de posición superior la estaba oprimiendo, yo lo deduje, no otro, y pensé que serían algunos compañeros suyos de edad superior, pero no, eran sus padres... Quién lo iba a decir, con lo adorables que parecían, al principio. Qué casualidad que ahora son ellos los que me la arrebatan, cuando les he descubierto.
Fue ella, por supuesto, la que llegó a la conclusión de que sus padres la controlaban, la obligaban a reprimir su auténtica personalidad, y así afloró el Tánatos en su interior. Yo lo sabía desde hacía tiempo, yo sé que tú no sabes sobre terapia psicológica, pero desde mi corriente, no podía contarle a la niña la verdad, debía darse cuenta ella misma, yo la traté de guiar, y Dios sabe que lo hice bien. El día que lo sacó todo afuera, los dos lloramos, ¿sabría ella entonces que yo estaba perdidamente enamorado?
No sé por qué me maltrato, recordando estos momentos. Se acabó, la he perdido, para siempre. Lo que necesito no es recordarla, no, yo necesito algo para olvidar, necesito algo a lo que escribir, o a alguien en quien desahogarme, ni siquiera sé a quién escribo... ¿A alguien que pudiera leerme alguna vez? Imposible: pienso quemar esta hoja en cuanto la acabe. No pretendo ser entendido, solo echar esto afuera. Probablemente, cuando diga que no me entiendes, esté hablándome a mí mismo, quizá ni yo mismo me entienda. Todos dicen que está mal lo nuestro, todos dicen que yo estoy mal, yo pienso que el amor no entiende de edad, género o profesión, así que no, no pienso que esté mal, porque igual que soy su terapeuta, podría haber sido su médico de cabecera, y en ese caso sí podría mantener relaciones con ella, ¿por qué, eh? ¿Qué leyes me impiden consumar con ella? ¿Qué leyes?
No, yo no estoy mal. Yo he sido, y me sigo considerando, pese a que me duela infinitamente, un amante. He amado a una persona, y la sigo amando. No me importa haber sido su psicólogo, y si nunca la hubiese llegado a tratar, no me hubiese importado haber sido un profesor sustituto cuando alguno no pudiera dar la clase. Me pregunto si, de habernos conocido así, ella se hubiera enamorado también de mí, yo creo que sí. Yo creo que el amor es puro y eterno, y que dos personas están destinadas a enamorarse pase lo que pase. ¿Se hubiera acercado al pupitre, para preguntarme alguna duda sobre sus deberes? ¿Me hubiera pedido que la acompañase al baño? Yo lo hubiera hecho encantado, le hubiera desabrochado el babi, le hubiera bajado los pantalones, le hubiera dicho que es bella tal y como es, y le hubiera subido a la taza, en caso de que no llegase. ¿Nos hubiéramos besado entonces? ¿Habría tenido tanta magia como fue nuestro primer beso, año y medio después de que empezáramos ella y yo la terapia?
En fin... Sabíamos que era arriesgado, y aun así seguimos con ello. Podría haber aparecido el director del colegio el primer día, podría haberse asomado mañana, o ningún día. Lo que importa es que se asomó, justo cuando compartía mi amor con ella, no sé qué diablos querría, no sería absolutamente nada importante en comparación a lo que ella y yo estábamos compartiendo, y sin embargo, aquí estoy. En prisión. Y no dejan que ella se acerque a mí. Me siento muy solo, y no sé qué hacer si no veo su cara, esa sonrisa tan... perfecta.
Obviamente, estoy aquí por culpa de sus padres, seguramente ayudados por el director del colegio, que tendrán contactos en la policía, porque no pueden meter en la cárcel a un psicólogo que tiene relaciones con su paciente. Seguramente me soltarán dentro de unas horas, y yo les demandaré con fuerza, pero sé que a ella la he perdido, y no la recuperaré por más demandas que ponga. Sé de sobra que sus padres tienen total control sobre ella, tienen sometida su voluntad, y hasta que no cumpla los dieciocho, mi pequeño bombón no será legalmente responsable de ella misma. Y para entonces, ya me habrá olvidado... ¿o no? Ay, qué dolor, qué incertidumbre...
Echo de menos sus finos labios de canela. Sus ojos de miel tostada. Sus manos, siempre frías. Cada una de las curvas de su figura. Ojalá me suelten pronto. La sorprendería un día, escalaría hasta su ventana en mitad de la noche. Nos fugaríamos juntos lejos, donde seríamos felices para siempre.