Reina de diamantes.
Se puso su mejor vestido, se puso su mejor tacón y luego contó en el trayecto una a una las veces que había esperado este momento. Cada luna que vio pasar, según el mundo se inclinaba dispuesto para ella, marcó cada una de sus decenas, y pasaron muchas lunas a través de la ventanilla de su limusina.
Ella baja de la limusina cuando la limusina se detiene, y cuando se abre la puerta cruza la puerta y ella baja. Toca el suelo con sus tacones, sus tacones son altos, perfora el asfalto con sus tacones, cinco, seis veces, más aún, las veces que hacen falta para llegar hasta el edificio. Su limusina la espera con su puerta abierta, mientras sus tacones cruzan la puerta del edificio que espera para ella. Afuera, todos están quietos, la miran, y dejan de estar quietos cuando entra, porque ha entrado en otra realidad, una en la que el sol no la ilumina.
No oponen resistencia cuando cruza la puerta, ni cuando cruza el pasillo en plena calle, no hay resistencia pero sí hay gente que la mira y no se mueve, la mira y están quietos, y en el momento que sus tacones perforan el suelo más allá de la siguiente puerta, ella entra, y las personas se mueven.
Hay poco recorrido hasta la caja fuerte abierta para ella, todos esperan para ella, la esperan a ella y por ella, sus vestidos la esperan en su casa; la limusina, en la otra realidad en la que el sol ilumina; las personas que hay dentro, con el sol iluminando sus caras si el techo de ladrillo se lo permitiese; las personas que han capturado este banco, que la miran quietas con las armas en alto, con máscaras blancas de animales que alguna vez tuvo. Todos la esperan, quietos y expectantes. Detrás del plástico blanco con forma de perro, no hay nadie, es tan solo un individuo, que en este preciso instante solo vive para verla, inmóvil, y escuchar el tacón alto que perfora el suelo de mármol al otro lado de la realidad, en la realidad en la que el sol solo golpea a través de un techo, techo que no existe en la realidad al otro lado de la puerta primera que cruzó. Cuando taconea, el sonido rebota y conoce que está al otro lado de la última puerta, y que el sol se ha escondido solo para el que piense que no quiere molestarla. Pero el sol aguarda, al otro lado de la realidad, listo para cuando ella coja el ello y perfore el suelo de mármol, y entonces acometa con su gravedad imperecedera, pero ella no se dejará someter, porque es ella, para la que todos esperan, y estará preparada para cruzar de nuevo la puerta abierta, para cruzar de nuevo hasta llegar a una realidad en el que suenen los motores y solo exista el sol cuando mire a través de los cristales, otra dimensión.
Pero eso aún no ha pasado, y a ella no le gusta adelantar acontecimientos, no hasta que tenga el ello en sus manos y marche de nuevo allá a donde le esperan sus vestidos. Ella camina, empuja el tacón hacia adelante y el vestido hacia adelante, con ellos va su cuerpo, y la multitud está quieta, arrodillada en el suelo con los brazos en alto, no pendiente de los hombres de las máscaras ni de sus armas, sino de ella. Ella cruza la puerta, y la multitud deja de estar quieta. Todos la esperan. Ella camina... solo ha esperado a una cosa en toda su vida.
La máscara que simboliza el pajarito que huyó cuando era pequeña la espera, el pájaro que huyó porque ella le torturó y disfrutó con su dolor, con la máscara de pajarito inmóvil hacia ella, inmóvil para ella, por ella, con el arma en alto, este seguirá quieto incluso cuando cruce el umbral de la caja fuerte, una realidad diminuta dentro de la realidad en la que antes se encontraba, realidad valiosa, no por sus riquezas, sino por el ello. Multitudes quietas de cajones yacen abiertas y saqueadas, ordenado su interior en un orden perfecto en el centro de la realidad que aguarda para ella. En el centro, en el mismo centro, todo gira alrededor de ello. El ello de todos los ellos que haya alguna vez habido. Si empujase el tacón contra el diamante rojo, perfecto y soberano, el tacón desharía el polvo incrustado en su punta solo para tocar el diamante rojo perfecto, la joya de las joyas, el ello más grandioso y rojo, que ha esperado por ella, que ella ha esperado por ello, ella lo toma para sí y vuelve a la realidad en la que los techos son altos y de ladrillo.
Detrás de la máscara de pajarito, alguien que no es nadie espera para ella, y ella está satisfecha, porque sigue inmóvil y con el arma en alto. Alarga su mano y toma el arma de fuego del alguien pájaro, sin ningún tipo de resistencia por parte del pájaro, apunta hacia el pájaro y dispara una vez, y de el pájaro saltan esquirlas de porcelana blanca que caen al suelo, cae el alguien al suelo y estalla en cientos de esquirlas de blanca porcelana. El alguien le recuerda a su pajarito, y nadie huye de su vida, no, en su vida solo se la espera, cuando ella está cerca solo se vive ese instante para esperarla y complacerla. Dispara a las esquirlas blancas solo para verlas bailar para ella, no soporta que no vivan, porque si vivieran lo harían para ella, y las balas impactan en el suelo de mármol y rebotan, se abren muescas en el suelo de mármol y ella se siente feliz al ver ese caos, con el ello en la otra mano para darle sentido, una armonía en lo definido, la definición misma de la armonización de los elementos, la energía cinética, la voluntad de las esquirlas sometida a su voluntad.
Las realidades cambian según cruza el umbral en el que personas quietas esperan y la observan. Solo ella toca el ello, nadie toca el ello, nadie mira el ello, a ella miran, hacia ella, por ella viven. Es otro lado de la realidad, en el que el sol ilumina su cara, ha sido un gran salto, un cambio de umbral, una puerta grande, un cambio inmenso, una diminuta relevancia.
Todos la miran. Ella mira al sol por el que la tierra gira, la tierra que gira y aumenta la pendiente, hasta que las calles en esa realidad en la que el sol ilumina sean verticales, y luego, sean la inversión de este instante y toda persona que cruce el umbral caerá hacia las lunas y las estrellas. El tacón perfora el asfalto, se hace difícil caminar por la pendiente que aumenta, pero cuando cruza la puerta abierta del coche que la espera, todo vuelve a estar recto, todos dejan de estar quietos, la limusina arranca por ella y recorrerá kilómetros y kilómetros, y seguirá cuando las calles sean verticales, beberá su bebida cuando la gravedad se invierta y ella siga sentada en el asiento de su limusina acompañada del ello, la limusina se moverá para ella, por ella se moverá y así será hasta el amanecer en la que abrirán su puerta por ella, y cuando cambie de realidad el sol la esperará con la tierra recta y horizontal, y ella entrará en la siguiente realidad, en su casa, en la que todo cobrará un nuevo significado.