Empático me llaman.
Aclaración del autor: este texto es profundamente ofensivo, y puede herir la sensibilidad de cualquier tuitero con piel fina. No comparto ninguna de las ideas que aparecen. Este texto no tiene otra pretensión más allá de la que aparenta. Aprovecho para decir que cualquier persona que comparta los ideales presentados tiene problemas mentales y debería ir a un psicólogo.
Hola, querido lector. Probablemente esté dedicándome un poco de su valiosa atención porque esté tranquilo, seguramente sentado, y hasta me atrevería a decir que está limpio y cómodo. Verá, yo no, yo para nada. Ahora mismo corro por mi vida, ¿sabe? Hace un rato, yo caminaba hacia la parada de metro, tranquilo, tranquilo como usted ahora, y de pronto aparece un sucio negro atentando contra mi vista. Ya sabe usted como suelen ir los morenos, con su gorrita negra, su camiseta negra enorme de baloncesto que les llega hasta la rodilla, la cadena de oro y todo eso. Pues yo no lo pude evitar, le puse cara de asco, porque iba todo sudado, y es normal porque el negro da calor y a mí me daba calor solo de verle.
Soy consciente de que mirar mal a los negros está socialmente mal visto y entiendo que tuerza el morro si es que lo ha torcido, pero ha de entender que yo no miraba con asco al negro por el mero hecho de ser negro, porque yo no creo que sembrar odio en el ajeno haga prosperar la sociedad, yo miraba con asco a que llevara ropa negra, llevara el collar de oro y fuera sudado. Sí, era negro, y eso es un punto en contra, pero no era lo más importante. Es como si se creyera superior a cualquiera, como diciendo, qué pasa, soy de color y quiero que se me note. Entenderá que visto así, el que causa el conflicto es él.
La cuestión, y perdone que me vaya por las ramas, es que el negrito me vio, y cuando ya había pasado de largo, se giró y me preguntó que qué pasaba conmigo, esas cosas, porque tienen que hacer ruido. Y yo admito que soy muy susceptible. Perdone. A ver... Ahora. Disculpe, usted no lo ve porque lee un relato y no ve una película, pero acabo de saltar un par de vallas en un movimiento ágil y complicado, y sí, me siguen siete negrazos como toros de grandes. ¡En serio, son enormes!
Yendo al grano, me encaré con el hombrecillo, resultó que estaba armado, y resultó que yo también, así que nos gritamos un poco, alejándonos más conforme más enseñábamos el arma, es el protocolo habitual. Yo no quería herir a nadie, venía de practicar el coito con Moni y para la ocasión me puse el mejor tipito, el polo de Lacoste, los pantaloncitos de... Cómo se llamaban? Hilfiger no, eso son los boxer, que por cierto, a mí no me gustan mucho porque calzo buen instrumento y me constriñen. No me acuerdo de los pantalones, pero son caros porque a Moni no le va cualquier cosa.
La policía está llegando, ahora sí que se va a liar, ya veréis, si mis compis no me dejan vendido, se lía. Normalmente en esta zona los polis llegan desde justamente el otro lado de la calle, pero nada, nos acaban de pillar en pelota picada y vienen directos. ¿En qué momento me iría diciendo puto negro de mierda? ¡En qué momento! La cosa es que ese chicuelo no era un cachorro, y llama a los amigos, yo no iba a correr obviamente, porque como se suele decir en la calle, para chulo mi pirulo, y pido disculpas por si le ofende la expresión, pero nada, en cuestión de poco tiempo los amigos llegan y me persiguen.
Mientras corría de ellos, por supuesto que me defendí, pero no de cualquier manera, el tiro lo pegué en un lugar seguro y no había peatones en la línea de impacto. Pero esos monos empezaron a disparar a lo loco y pasa lo que pasa, terror y caos, una mujer herida, la policía... ¿Y qué voy a hacer? Pues llamar a mis amigos, obviamente, ¡y sí! ¡Sí! Ahí están. Verá, mis amigos no es que sean muy mirados tampoco, ellos oyen tiros a un kilómetro y disparan como si fueran negros, por eso acordamos que las balas se las paga cada uno, y mire usted, no me hace gracia que disparen cerca de mí, pero por suerte me han recogido y viviré para practicar la descendencia con Moni un día más. Ahora nosotros tenemos un coche y ellos están más expuestos que una diana, ¡y en esta guisa me encuentra usted! ¿Está ya al día? Pues pienso que sí, a no ser que quiera oír detalles candentes sobre cómo desgarré el sofá de Moni en pleno meneo. Probablemente, si lo contara, no sonara sexy en absoluto... soy consciente de que narrar, lo que es narrar, lo hago reguleramente, pero usted se habrá de conformar.
Tras varios segundos de tensión abatimos a dos cochinos, y me enorgullezco de haberle dado yo al segundo, esperando por supuesto que usted entienda que lo hago en defensa propia. ¡Pero cómo me gustó eso de que la sangre se desparramara por todos lados! ¡Como en una película! El negro del principio, el de la gorra y camiseta negra, no lo encuentro. ¿Dónde estás ahora, mono? ¡Perdón, disculpe! No crea que le hablo a usted ahora mismo, nunca le diría eso... era un pensamiento en voz alta.
El tiroteo parece haber acabado con bastante buen resultado, por eso Nichi empieza a acelerar... pero llega la policía a meterse en nuestros asuntos. Venga, acelera más, Nichi cabrón, acel... ¡Coño! Perdón, disculpe mi lenguaje, es que una bala acaba de atravesar el cráneo del piloto y del copiloto, ¡ha sido la hostia! ¡La misma bala a los dos, es el mejor día de mi vida! Espera, un momento... Vale, genial. El fiambre de Nichi tiene el acelerador pulsado, y nos vamos a pegar una buena.
Vale, va, venga. Esos dos coches familiares han impedido que nos empotremos contra el muro. Espere que me incorpore, porque ahora mismo, donde estoy es un festival de la sangre, tengo los dedos manchados, y me escuecen. Debería ver esto. ¿No hay cámara en esta mierda de entrada de blog? Mi compi está vivo, pero incapacitado por el golpe. Respiro hondo, rompo la ventana, porque la puerta no puede abrirse, y salgo con cuidado, haciéndome cortes. No pasa nada, ¡la mente fría, la mano sobre la esvástica en mi corazón! Cojo el fusil y el bazoca con cierta prisa, porque solo tengo unos segundos, en lo que el coche de policía frena cerca de nosotros. ¡En fin, Moni! Vas a tener que visitar mi tumba, porque paso de que lo hagas en la cárcel.
No piense usted que soy nazi porque tenga una esvástica en el pecho y odie a los negros, no. Para ser nazi has de adorar a Hitler. El coche acaba de frenar, yo me arrodillo con el bazoca sobre el hombro, estoy nervioso, porque nunca habíamos usado esta maravilla. Además, ser nazi es impopular desde que Hitler perdió, yo tan solo creo en una supremacía, y es en la del que tiene el arma más grande. Los policías abren las puertas y se disponen a apuntarme, yo aprieto el gatillo... ¡Sí! ¡Uau! Espectacular, ¡el coche ha explotado! O sea, no ha explotado como en las películas, pero hay un brazo y cachitos de policía en el carril de sentido contrario, y su compañero está inconsciente a varios metros de la explosión. Quizá usted esté ahora mismo cómodo y sentado, mientras peleo por usted. Quizá incluso sea negro, sea chino, pancho, moro, judío u homosexual... quizá forme parte del cáncer que quiero erradicar. ¿Qué más da, si no tengo manera de saberlo? No puedo verle, porque no hay cámaras en esta página web estúpida, pero sí puedo saber lo que piensa. Me coloco junto al segundo policía, acaricio su nuca, cojo aire para disfrutar del momento, y cuatro balas deshacen su cabeza cuando aprieto el gatillo del fusil.
Sé que piensa que voy a morir hoy, y también sé que usted y yo ya estamos conectados.
Solo nos queda una bala de bazoca en el maletero, así que la recargo. ¿He dicho nos queda? Aprieto el gatillo desde la ventana. Sé que mi compañero ha muerto porque la sangre embadurna el cristal roto. Con una bala de bazoca y dos cargadores de fusil, me voy. Todos los ciudadanos corren, los negros hace tiempo que se fueron, y decenas de agentes vienen para acá, porque matar a un poli es chungo. Disparo sin apuntar adonde me parece ver figuras de color que se alejan, y seguro he dado a un niño. No debería preocuparse por mí querido lector. En lo que llegan los policías, en lo que a fin de cuentas espero a mi propia muerte, a usted le estoy distrayendo. Reteniendo. A medida que narro, que le tengo aquí acompañándome en este día loco, también le estoy llevando conmigo a la muerte, unidos como nos encontramos en este vínculo personal que solo usted comprende. Y no importa que quiera dejar de leer: ambos queremos ver el final.
Camino lentamente por el parque en dirección al niño que acabo de matar, y disparo a su abuelo negro que está junto al cadáver, y a su madre, me da igual que la madre fuera digna de vivir. Disparo al aire, porque no quiero que esos putos polis me pierdan. Perdón, perdón, se me va el lenguaje... Llevo mi mejor modelito para la ocasión, un peinado inspirado a pesar del revolcón. Tengo la actitud adecuada, dos armas y un cargador. Soy el final de todas las cosas. Soy la muerte, destructora de mundos, y a todos los poderosos os digo, contemplad mi obra. Un mendigo me levanta las manos... Y ya no. Contemplad mi obra, y desesperad.
Los agentes ya llegan, escucho sus sirenas. Me acuerdo de Lashmi, de su marido Halum, de sus dos hijos, Kalu y Naya. Ellos me cuidaron cuando enfermé en mi viaje rural en la India. Fueron extremadamente compasivos conmigo, lector. Ojalá mis hermanos no les alcancen nunca, ni a sus descendientes. Erradicaría a todos los negros, pero a esa familia, la dejaría vivir. ¿Sabe qué? No me ve sonreír, pero yo le prometo que estoy sonriendo. Sonrío porque me marcho de aquí con buena compañía. Usted no es Moni, pero me cae bien, ojalá supiera su nombre. Querría saber con quién voy a acabar, que se quedara conmigo, me da igual su color o su pensamiento, solo... poder escucharle. No importa que estuviera o no de acuerdo conmigo, yo le protegería igualmente de las balas que van a venir, no quiero que sean las balas las que lo maten.
Los policías ya se asoman. No se exponen mucho, por eso lanzo el bazoca contra un árbol, y no hay explosión, solo se doble y cae al suelo. Mato a dos muy pronto, en cuanto salen de su cobertura, pero han destrozado mi rodilla izquierda y mi pierna es un pendón colgante. Ahora se ha dormido y no siento dolor. No hay ciudadanos a los que matar. Por eso, ahora que no hay ninguna cabeza de policía asomando, me conformo disparando los cadáveres del niño y sus dos familiares mientras me cubro. Ja ja ja... Sus pedacitos saltan igual que los de Hitler en Malditos Bastardos. Eso es irónico, ¿no? Bah... que se muera Hitler. Me rodean. Que muera yo. Muera usted. Pero no su persona física, no. Cuando yo muera, su cuerpo seguirá viviendo, tal y como yo deseo. Quiero que viva arrastrando esta muerte. Recibo varios tiros, apenas me quedan fuerzas, aprieto mi último gatillo. Es un poli más joven que yo.
La viejecita a la que cedí el sitio en el metro y me dio las gracias con esa sonrisa... ¿sabía que esto iba a ocurrir?
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Hola, querido lector. Probablemente esté dedicándome un poco de su valiosa atención porque esté tranquilo, seguramente sentado, y hasta me atrevería a decir que está limpio y cómodo. Verá, yo no, yo para nada. Ahora mismo corro por mi vida, ¿sabe? Hace un rato, yo caminaba hacia la parada de metro, tranquilo, tranquilo como usted ahora, y de pronto aparece un sucio negro atentando contra mi vista. Ya sabe usted como suelen ir los morenos, con su gorrita negra, su camiseta negra enorme de baloncesto que les llega hasta la rodilla, la cadena de oro y todo eso. Pues yo no lo pude evitar, le puse cara de asco, porque iba todo sudado, y es normal porque el negro da calor y a mí me daba calor solo de verle.
Soy consciente de que mirar mal a los negros está socialmente mal visto y entiendo que tuerza el morro si es que lo ha torcido, pero ha de entender que yo no miraba con asco al negro por el mero hecho de ser negro, porque yo no creo que sembrar odio en el ajeno haga prosperar la sociedad, yo miraba con asco a que llevara ropa negra, llevara el collar de oro y fuera sudado. Sí, era negro, y eso es un punto en contra, pero no era lo más importante. Es como si se creyera superior a cualquiera, como diciendo, qué pasa, soy de color y quiero que se me note. Entenderá que visto así, el que causa el conflicto es él.
La cuestión, y perdone que me vaya por las ramas, es que el negrito me vio, y cuando ya había pasado de largo, se giró y me preguntó que qué pasaba conmigo, esas cosas, porque tienen que hacer ruido. Y yo admito que soy muy susceptible. Perdone. A ver... Ahora. Disculpe, usted no lo ve porque lee un relato y no ve una película, pero acabo de saltar un par de vallas en un movimiento ágil y complicado, y sí, me siguen siete negrazos como toros de grandes. ¡En serio, son enormes!
Yendo al grano, me encaré con el hombrecillo, resultó que estaba armado, y resultó que yo también, así que nos gritamos un poco, alejándonos más conforme más enseñábamos el arma, es el protocolo habitual. Yo no quería herir a nadie, venía de practicar el coito con Moni y para la ocasión me puse el mejor tipito, el polo de Lacoste, los pantaloncitos de... Cómo se llamaban? Hilfiger no, eso son los boxer, que por cierto, a mí no me gustan mucho porque calzo buen instrumento y me constriñen. No me acuerdo de los pantalones, pero son caros porque a Moni no le va cualquier cosa.
La policía está llegando, ahora sí que se va a liar, ya veréis, si mis compis no me dejan vendido, se lía. Normalmente en esta zona los polis llegan desde justamente el otro lado de la calle, pero nada, nos acaban de pillar en pelota picada y vienen directos. ¿En qué momento me iría diciendo puto negro de mierda? ¡En qué momento! La cosa es que ese chicuelo no era un cachorro, y llama a los amigos, yo no iba a correr obviamente, porque como se suele decir en la calle, para chulo mi pirulo, y pido disculpas por si le ofende la expresión, pero nada, en cuestión de poco tiempo los amigos llegan y me persiguen.
Mientras corría de ellos, por supuesto que me defendí, pero no de cualquier manera, el tiro lo pegué en un lugar seguro y no había peatones en la línea de impacto. Pero esos monos empezaron a disparar a lo loco y pasa lo que pasa, terror y caos, una mujer herida, la policía... ¿Y qué voy a hacer? Pues llamar a mis amigos, obviamente, ¡y sí! ¡Sí! Ahí están. Verá, mis amigos no es que sean muy mirados tampoco, ellos oyen tiros a un kilómetro y disparan como si fueran negros, por eso acordamos que las balas se las paga cada uno, y mire usted, no me hace gracia que disparen cerca de mí, pero por suerte me han recogido y viviré para practicar la descendencia con Moni un día más. Ahora nosotros tenemos un coche y ellos están más expuestos que una diana, ¡y en esta guisa me encuentra usted! ¿Está ya al día? Pues pienso que sí, a no ser que quiera oír detalles candentes sobre cómo desgarré el sofá de Moni en pleno meneo. Probablemente, si lo contara, no sonara sexy en absoluto... soy consciente de que narrar, lo que es narrar, lo hago reguleramente, pero usted se habrá de conformar.
Tras varios segundos de tensión abatimos a dos cochinos, y me enorgullezco de haberle dado yo al segundo, esperando por supuesto que usted entienda que lo hago en defensa propia. ¡Pero cómo me gustó eso de que la sangre se desparramara por todos lados! ¡Como en una película! El negro del principio, el de la gorra y camiseta negra, no lo encuentro. ¿Dónde estás ahora, mono? ¡Perdón, disculpe! No crea que le hablo a usted ahora mismo, nunca le diría eso... era un pensamiento en voz alta.
El tiroteo parece haber acabado con bastante buen resultado, por eso Nichi empieza a acelerar... pero llega la policía a meterse en nuestros asuntos. Venga, acelera más, Nichi cabrón, acel... ¡Coño! Perdón, disculpe mi lenguaje, es que una bala acaba de atravesar el cráneo del piloto y del copiloto, ¡ha sido la hostia! ¡La misma bala a los dos, es el mejor día de mi vida! Espera, un momento... Vale, genial. El fiambre de Nichi tiene el acelerador pulsado, y nos vamos a pegar una buena.
Vale, va, venga. Esos dos coches familiares han impedido que nos empotremos contra el muro. Espere que me incorpore, porque ahora mismo, donde estoy es un festival de la sangre, tengo los dedos manchados, y me escuecen. Debería ver esto. ¿No hay cámara en esta mierda de entrada de blog? Mi compi está vivo, pero incapacitado por el golpe. Respiro hondo, rompo la ventana, porque la puerta no puede abrirse, y salgo con cuidado, haciéndome cortes. No pasa nada, ¡la mente fría, la mano sobre la esvástica en mi corazón! Cojo el fusil y el bazoca con cierta prisa, porque solo tengo unos segundos, en lo que el coche de policía frena cerca de nosotros. ¡En fin, Moni! Vas a tener que visitar mi tumba, porque paso de que lo hagas en la cárcel.
No piense usted que soy nazi porque tenga una esvástica en el pecho y odie a los negros, no. Para ser nazi has de adorar a Hitler. El coche acaba de frenar, yo me arrodillo con el bazoca sobre el hombro, estoy nervioso, porque nunca habíamos usado esta maravilla. Además, ser nazi es impopular desde que Hitler perdió, yo tan solo creo en una supremacía, y es en la del que tiene el arma más grande. Los policías abren las puertas y se disponen a apuntarme, yo aprieto el gatillo... ¡Sí! ¡Uau! Espectacular, ¡el coche ha explotado! O sea, no ha explotado como en las películas, pero hay un brazo y cachitos de policía en el carril de sentido contrario, y su compañero está inconsciente a varios metros de la explosión. Quizá usted esté ahora mismo cómodo y sentado, mientras peleo por usted. Quizá incluso sea negro, sea chino, pancho, moro, judío u homosexual... quizá forme parte del cáncer que quiero erradicar. ¿Qué más da, si no tengo manera de saberlo? No puedo verle, porque no hay cámaras en esta página web estúpida, pero sí puedo saber lo que piensa. Me coloco junto al segundo policía, acaricio su nuca, cojo aire para disfrutar del momento, y cuatro balas deshacen su cabeza cuando aprieto el gatillo del fusil.
Sé que piensa que voy a morir hoy, y también sé que usted y yo ya estamos conectados.
Solo nos queda una bala de bazoca en el maletero, así que la recargo. ¿He dicho nos queda? Aprieto el gatillo desde la ventana. Sé que mi compañero ha muerto porque la sangre embadurna el cristal roto. Con una bala de bazoca y dos cargadores de fusil, me voy. Todos los ciudadanos corren, los negros hace tiempo que se fueron, y decenas de agentes vienen para acá, porque matar a un poli es chungo. Disparo sin apuntar adonde me parece ver figuras de color que se alejan, y seguro he dado a un niño. No debería preocuparse por mí querido lector. En lo que llegan los policías, en lo que a fin de cuentas espero a mi propia muerte, a usted le estoy distrayendo. Reteniendo. A medida que narro, que le tengo aquí acompañándome en este día loco, también le estoy llevando conmigo a la muerte, unidos como nos encontramos en este vínculo personal que solo usted comprende. Y no importa que quiera dejar de leer: ambos queremos ver el final.
Camino lentamente por el parque en dirección al niño que acabo de matar, y disparo a su abuelo negro que está junto al cadáver, y a su madre, me da igual que la madre fuera digna de vivir. Disparo al aire, porque no quiero que esos putos polis me pierdan. Perdón, perdón, se me va el lenguaje... Llevo mi mejor modelito para la ocasión, un peinado inspirado a pesar del revolcón. Tengo la actitud adecuada, dos armas y un cargador. Soy el final de todas las cosas. Soy la muerte, destructora de mundos, y a todos los poderosos os digo, contemplad mi obra. Un mendigo me levanta las manos... Y ya no. Contemplad mi obra, y desesperad.
Los agentes ya llegan, escucho sus sirenas. Me acuerdo de Lashmi, de su marido Halum, de sus dos hijos, Kalu y Naya. Ellos me cuidaron cuando enfermé en mi viaje rural en la India. Fueron extremadamente compasivos conmigo, lector. Ojalá mis hermanos no les alcancen nunca, ni a sus descendientes. Erradicaría a todos los negros, pero a esa familia, la dejaría vivir. ¿Sabe qué? No me ve sonreír, pero yo le prometo que estoy sonriendo. Sonrío porque me marcho de aquí con buena compañía. Usted no es Moni, pero me cae bien, ojalá supiera su nombre. Querría saber con quién voy a acabar, que se quedara conmigo, me da igual su color o su pensamiento, solo... poder escucharle. No importa que estuviera o no de acuerdo conmigo, yo le protegería igualmente de las balas que van a venir, no quiero que sean las balas las que lo maten.
Los policías ya se asoman. No se exponen mucho, por eso lanzo el bazoca contra un árbol, y no hay explosión, solo se doble y cae al suelo. Mato a dos muy pronto, en cuanto salen de su cobertura, pero han destrozado mi rodilla izquierda y mi pierna es un pendón colgante. Ahora se ha dormido y no siento dolor. No hay ciudadanos a los que matar. Por eso, ahora que no hay ninguna cabeza de policía asomando, me conformo disparando los cadáveres del niño y sus dos familiares mientras me cubro. Ja ja ja... Sus pedacitos saltan igual que los de Hitler en Malditos Bastardos. Eso es irónico, ¿no? Bah... que se muera Hitler. Me rodean. Que muera yo. Muera usted. Pero no su persona física, no. Cuando yo muera, su cuerpo seguirá viviendo, tal y como yo deseo. Quiero que viva arrastrando esta muerte. Recibo varios tiros, apenas me quedan fuerzas, aprieto mi último gatillo. Es un poli más joven que yo.
La viejecita a la que cedí el sitio en el metro y me dio las gracias con esa sonrisa... ¿sabía que esto iba a ocurrir?
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