Star Wars, y la relación entre autor y espectador.
Como colaborador del blog de cine Rumbo a Orphanik IV, mis compis y yo también vamos a colaborar en una revista anual que saldrá en junio. Esta revista, llamada 'Orphanik IV', porque es el cuarto año que se lanza, recoge las mejores críticas de cine que hemos escrito de las pelis que se han estrenado este año lectivo. También, a modo de añadido-mega-interesante, muchos de nosotros escribimos un artículo bastante más largo que una crítica, en el que hablamos sobre un tema que controlemos.
En mi caso, hablo sobre la franquicia Star Wars, cómo los fans han ido reaccionado a sus películas, y las siguientes entregas han cambiado según la respuesta de los fans. Como supongo que no vas a comprar la revista, aquí te dejo mi artículo, uno de los peores con toda seguridad, teniendo en cuenta lo que saben mis compis sobre cine. Así que si te la encuentras en alguna librería, ¡no dudes en pillártela, porque tiene parte de mí!
Y tú tranqui, que seguimos a tope con el evento Marvel a partir de mañana. Vas a ver que las fotos van a estar en blanco y negro, no te preocupes, eso es porque el artículo se imprimirá así, y quería conservar la esencia. ¡Un besi de fresi!
Star Wars, y la relación entre autor y espectador.
Como espectadores, queremos ser fascinados. Disolvernos durante dos horas en una pantalla y olvidarnos de que estamos vivos. Cuando George Lucas estrenó en 1977 Star Wars, hoy conocida como Una nueva esperanza, el público se sintió fascinado, hasta el punto de repetir, de traer a toda su familia; se convirtió en un evento, y en una máquina de vender juguetes y otros productos que aún a día de hoy sigue funcionando a pleno rendimiento. Gracias a la fascinación de la aventura galáctica, lo que en su momento fue considerada una inversión de riesgo, hoy en día es una franquicia de cuarenta y dos años con once películas estrenadas, numerosas series animadas, cómics, novelas, y la base de fans más extensa del mundo. Sin embargo, lo que en su día fue una comunidad sólida, ahora está dividida en dos, y la última película estrenada de la franquicia, Solo: una historia de Star Wars, ha sido la primera en ser un fracaso. Entonces… ¿cómo hemos llegado a esta situación?
Los Episodios IV, V y VI, que corresponden a las primeras películas que se estrenaron, fueron un éxito en taquilla y aceptación. No había una intención real de crear una franquicia desde el principio, pero Irvin Kershner y Richard Marquand, los hombres en quien Lucas confió para dirigir las secuelas, resolvieron la papeleta. De hecho, el plan original de Lucas era construirse un rancho con los beneficios de las películas, y hoy en día tiene una mansión. Sin embargo, Star Wars iba a acabarse… por el momento.
A principios de los 90, diez años después, la fiebre Star Wars no es que disminuyera, sino que aumentó. Lucas, ya recompuesto después de su estresante primer rodaje, se veía con fuerzas para rodar tres películas más, y la distribuidora 20th Century Fox se frotó las manos. En 1993 se anunció que la saga continuaría, y en el 99 se estrenaría el Episodio I. En este, Lucas estableció las transiciones que estarían presentes durante toda la trilogía de precuelas, y diseñó planos realmente creativos. Expandió el universo, lo dotó de nuevas especies, y crearía historias paralelas (contadas en cómics y novelas) sobre personajes que ni siquiera tendrían líneas de diálogo. También utilizaría los efectos especiales más punteros de la época, unos muy diferentes a los usados en la trilogía original de películas, pero que encajaban con la nueva visión de Lucas, y el nuevo aire que quería para la franquicia. Pese a todo esto… los resultados del Episodio I no fueron para nada increíbles. Hizo dinero, pero los fans no reconocieron en la película la identidad de la trilogía original, y muchos renegaron del nuevo contenido, también de los Episodios II y III. Así, aunque Lucas quisiera continuar con un hipotético Episodio VII continuando la historia de la trilogía original, y aunque la franquicia aún continuase viva gracias a series de animación, videojuegos y mercadotecnia, las productoras no querían que Lucas dirigiera nuevas secuelas.
Siete años estuvo la franquicia en el dique seco, y su futuro fue incierto. Entonces, a finales del 2012, Disney anunció que compraba la totalidad de los derechos de Star Wars y que Lucasfilm, la productora, sería un satélite más del gigante. Se estrenaría una película nueva cada año, donde los episodios clásicos serían alternados con aventuras separadas de personajes concretos. Disney prometió, además, que las películas volverían a tener la misma esencia de las originales, y que los que las harían realidad serían cineastas que, de niños, crecieron amando la franquicia. El cierre de LucasArts y del antiguo universo expandido levantó el recelo de los fans, pero las expectativas del Episodio VII, dirigido por Abrams, eran demasiado elevadas, ya que era vista como la resurrección de la saga treinta y dos años después. No obstante, el recibimiento fue mixto desde el principio: la ilusión de unos contrastaba con la decepción de otros, que la veían una copia exacta del Episodio IV, la película original, absolutamente fuera de todo riesgo. Parecía que, aunque Disney hubiera creado un producto de calidad y fiel al contenido original, en su intento de contentar a todo el mundo acabaron por centrarse en la forma, y no tanto en el contenido.
A raíz de esto, las demandas de la audiencia hacia su octavo episodio se dividieron. Una mitad quería un producto nuevo, que se desmarcase del resto de películas que había hasta entonces, y la otra mitad quería dar respuesta a todas las preguntas planteadas por Abrams de una forma más parecida a las precuelas, donde todo estuviese conectado y resuelto.
Rian Johnson y su Episodio VIII no hicieron sino reventar este desacuerdo al desequilibrar la balanza. Rian era plenamente consciente de que estaba creando un producto polémico; como fan, sentía que su universo estaba estancado en una solución única y constante, donde la destrucción masiva parecía ser la única respuesta en todas y cada una de sus películas. El problema no sólo fue abandonar esta solución haciendo fracasar a los personajes que intentaron hacer explotar cosas, sino que un personaje llamase “idiotas”, literalmente, a todos quienes lo intentaron, y a toda la audiencia que pensó que funcionaría. No ayudó que el supuesto villano final de la saga repitiera todas las críticas que un sector de los fans hicieron a la anterior película, para luego morir de forma humillante. La deconstrucción de la franquicia por parte de Rian Johnson también afectó de forma delicada a los protagonistas de la trilogía original de películas, y eso supuso la separación definitiva de su comunidad. Esto fue culpable, además de varios factores externos, del siguiente fracaso que supuso la película Solo: una historia de Star Wars.
Entonces, ¿es Disney el que ha creado esta situación entre la marca y sus consumidores? Es posible que no. El estado actual de la franquicia respecto a su comunidad podría haber empezado hace casi cuarenta años, durante la preproducción de El retorno del jedi, el Episodio VI y tercera película de la saga. En principio, los protagonistas Luke y Leia no iban a ser hermanos, y los aliados que los Rebeldes iban a tener en el asalto final serían los wookies, una raza fiera de guerreros peludos, la misma a la que pertenece uno de los personajes principales, Chewbacca. Sin embargo, Lucas decidió emparentar a Luke y a Leia para dar al fan la sensación de que todo estaba conectado y que estaba viviendo un giro de los acontecimientos, y cambió la raza wookie por la ewok, unos osos inofensivos de un metro de altura que supuso venderían más juguetes entre los niños, además de tener planes para crear con estos una serie animada.
Tras década y media en la que Lucas sólo recibió halagos por parte de su comunidad, esta práctica que comenzó en el Episodio VI se vio reforzada, y le llevó a construir una trilogía de precuelas en la que todo estuviera conectado con las tres primeras películas; se creaban modelos nuevos de vehículos, alienígenas y sables láser que rara vez volvían a utilizarse, todo con la intención de vender más juguetes, y se crearon estas mencionadas historias de trasfondo para vender más cómics y más novelas. Lo que antes era vagamente explicado, ahora estaba explícitamente detallado, ya fuera por un medio u otro, y lo que antes era místico, ahora era ciencia. La Fuerza, el poder que se usa en esta saga, fue lo más afectado por el cambio de visión de Lucas. Donde antes la Fuerza elegía al sujeto, ahora podía medirse mediante la cantidad de midiclorianos que el sujeto poseía. Antes, la naturaleza de este poder era la meditación, y los rayos representaban su distorsión más absoluta, lo antinatural, la muerte del joven en favor del viejo. Lucas añadió, en favor del espectáculo, un uso de la Fuerza mucho más violento, explícito y excesivo, donde los rayos se usaban como un poder más de los malvados.
Disney renegó de esta nueva filosofía de la franquicia y la devolvió a un terreno más místico (aunque continuó sacando nuevos modelos de vehículos), y donde hace unos años estaba todo conectado y detallado, los acontecimientos ocurridos en el Episodio VIII de Rian Johnson demuestran que no todo tiene por qué ser así, tal y como sucedía con la trilogía original. Es cierto que Disney ha comunizado la Fuerza y la ha descentralizado de la familia Skywalker, tal y como sucedía en la película original, pero ahora mismo el fan se encuentra en medio de un pulso entre estas dos filosofías. Y, aunque la trilogía de Lucas no fuera muy querida, al menos él fue el creador original de la franquicia.
Sin embargo, la tan querida trilogía original no fue construida sólo gracias a Lucas, ¿verdad? Irvin Kershner, director del Episodio V, el preferido de los fans, llevó a la saga a un terreno más oscuro, donde la aventura espacial pasó a un segundo plano, y la película no convenció ni a críticos ni a un sector de los fans durante los primeros años. Y de Richard Marquand se dijo que había dirigido el episodio más flojo de los tres primeros, cuando, quitando las capas superficiales, construyó un complejo y más que reivindicable thriller psicológico alrededor de su protagonista.
La labor artística de sus creadores no se detuvo tampoco fuera de las tres primeras y sagradas películas. George Lucas, aunque su labor durante la trilogía de precuelas fuera muy criticada, se atrevió a evolucionar la franquicia e introducir elementos nuevos. Cada una de sus películas pertenece a un género completamente diferente de lo visto hasta ahora en la saga, y algunas tomas, como la mirada silenciosa entre Anakin y Padmé a través de los edificios, tienen una fuerte carga artística.
¿Y las películas tan polémicas de Disney? Lo cierto es que no importa si resultan diferentes a la trilogía original, pues la visión de Abrams y Johnson ha sido respetuosa con todo lo anterior, y nunca se trató de copiar un modelo, sino de dejar que el artista haga su propia interpretación del contenido. Abrams reflexionó sobre la disfuncionalidad de la política de las anteriores películas y la naturaleza de la Fuerza, mientras que Rian Johnson utiliza estas reflexiones para deconstruir la franquicia y llevarla a una zona donde todo puede ser posible. Además de esto, la composición visual de la película de Rian no me cabe duda de que influenciará a futuras entregas.
Al final, aquello que ha dividido y mareado tanto a la comunidad fan sólo han sido las interpretaciones artísticas de un conjunto de directores. Star Wars no es una doctrina, no hay un manual ni una única forma de interpretarla. Es arte, no religión, y nunca perteneció al consumidor, sino a sus creadores.
Faltan seis meses para que el Episodio IX se estrene, y reconozco que tengo miedo al respecto. Puede que Abrams, que repite en la dirección, después de las amenazas que Rian Johnson sufrió después de crear el Episodio VIII, decida que lo mejor sea actuar sobre seguro, cuando un solo artista no debería tener tanta presión sobre sus hombros. Sobre esto, Disney debería haber tenido un plan de trabajo en cuanto a la historia general y filosofía de su trilogía, teniendo en cuenta que sabían que iban a hacer tres películas desde el principio. Y Disney, por su parte, puede que después de lo construido en el Episodio VIII, decida actuar sobre seguro y deshacer la interpretación de Rian Johnson todo lo posible. Eso sería como si un cómico pidiera perdón por ofender con un chiste, sería rendirse ante unas exigencias creadas por la comunidad. El arte no debería limitarse.
Cada artista es único, y quizá debiéramos dejar que interprete una franquicia de forma fiel a su visión única del mundo, por más que esa franquicia ya esté establecida. La fascinación es lo que ha mantenido el cine como arte… Y crear arte de forma libre es lo que mantiene vivo el propio arte. Si queremos que Star Wars siga viviendo, debemos dejar que evolucione. Siempre estaremos a tiempo de bajarnos del tren si deja de gustarnos, ¿y acaso no funcionan así las relaciones? Somos audiencia: dejémonos fascinar.
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