Pos ha nevao.


No pensaba escribir sobre ésto, y de hecho, estaba demasiado ocupado no escribiendo la que sería la primera entrada del año, sobre la segunda temporada de The Mandalorian. ¿Pero qué le hago? ¿Sigo embriagado de este malestar taciturno, que convierte la escritura en un tedio, una ración de comida en un sustento con demasiado poco postre, y los días en un consumo monótono de las horas, viendo como las noches pasan y lo único que sube en mi vida son las horas de juego?

¡HA NEVADO, PERRRRA! ¡Sal a la calle! ¡Juega con tus amigos, da un paseo, construye un muñeco de nieve! ¡Y si no ha nevado, allá donde vivas, da un paseo igualmente, pisa el barro, mira bien los árboles a tu alrededor, porque hoy están aquí, pero mañana quizá haya cambiado todo!


Y de toda España, Madrid ha tenido que llevarse por cojones una de las peores partes de la nevada. Yo, como hombre culto que no ve la tele ni las noticias, no sabía que había una Filomena dando por culo, ni que se esperaban nevadas. Algo oí de que en Madrid nevaría el jueves, y yo dije
"Sí, ojalá",
escéptico, ¿sabes? Pues nevó. De forma tímida, que ni siquiera cuajaba en el suelo, sólo sobre la tierra y las hojas de las plantas. ¿Y yo? No tenía nada que hacer en la calle ese día, pero salí un rato por la urbanización, para tocar la nieve, ese frío que llevaba por lo menos cinco años sin experimentar. Tenía que tocarla antes de que desapareciera, pensé. Estaba contento, ¿sabes? Me fui a dormir a gusto. Me levanté tarde al día siguiente.


Pam, toma nieve, Carli, en tu cara. Esta vez sí había cuajado, en el suelo, en las cornisas de los edificios, y en bancos y plantas había un grosor consistente. ¿Asomarme? ¡Y una mierda! Tenía que verla mejor, tocarla, lanzarla aunque fuera al aire o a un coche. Me paseé por el parque Aluche, el parque principal de mi barrio (del mismo nombre), blanco como una papelina y tan limpio y suave como los cachetes del bebé más pálido del mundo. Verlo no sólo era bonito: los vecinos, que parecía que habían acumulado durante años la creatividad y por fin la hubieran podido soltar, empezaron a hacer muñecos de lo más variopintos, algunos con patas, otros siendo claras referencias a la serie de la que tanto estoy no-reseñando.



Así que fac it, ese día tenía que ver a alguien, aunque tuviera que pagarle. ¡Desde 2009 que no nevaba en Madrid, así que había que aprovecharlo! Y allí que fui al barrio vecino, a 3km y pico de mi casa, a ver a dos coleguitas para cenar y echarnos brava guerra fresquita, pero ojo sin pasarse que como pille frío en las manos estoy jodido. Nah, es broma. Se portaron bien. Lo único negativo del asunto es que cuando terminamos de cocinar y cenamos, eran las flamantes 2 de la mañana hora española, en medio de un toque de queda en el que a partir de las 12 estás paseando por las calles de forma ilegal, desplegando ese coronavirus a los arbustos solitarios (y nevados) del lugar como todo un delincuente. Así que nada, qué remedio, tendría que esperar a las 6 de la mañana del sábado para que no me saltara una estrella de la poli cuando pusiera el pie en el asfalto.

Aprovechamos una leve tregua para tomar esta foto en la azotea, pero...

La cosa es que seguía nevando. Pero no es que siguiera nevando en plan mono y navideño, no, aquí estamos en Madrid, si algo tiene que pasar, sea una pandemia o una nevada, tiene que pasar a lo grande. La niebla emborronaba las cosas a partir de los 150 metros, y tampoco es que te dejara ver mucho la pinche ventisca, que te derribaba hacia atrás desde el momento en el que abrías la ventana para ventilar. En mi vida había vivido una ventisca, y ahora, gracias a los horarios altamente nocturnos de la anfitriona y de mi persona, estaba pudiendo ver la primera en directo. Amarillo y blanco, de las farolas y los copos que se estrellaban contra el cristal. El aire era tan denso que también era amarillo.

El temporal ni siquiera había amainado un poquito cuando llegó la hora de marchar, así que solicité una prórroga a la Comisión de No Morirse y me concedieron seguir a salvo hasta la salida del sol. Tampoco es que tuviera muchas opciones. Existía la posibilidad de quedarme allí atrapado si no iba a casita pronto.


Y eso hice. Ni siquiera até fuerte los cordones de las botas baratas del Decathlon. Du or dai, go jard o go jom. No te creas que estaba cagado, ¿eh? Que lo estoy escribiendo con la pompa de una tragedia, pero por dentro estaba como unas castañuelas. A mí es que eso de hacer el cabra con cosas nuevas me entusiasma.


Más de 3km me esperaban de un paseo que me dio la hostia desde el paso #1 en el que salí de la urbanización. Nieve por las rodillas, fina y suave, fría, pero cómodamente fría. La ventisca pegaba duro, y de no ser porque llevaba una buena pechera me hubiera congelado, porque mi casco, mi pernera, mis guanteletes y mis botas eran de calidad gris y de lana suave, y por favor, dale laic a esta entrada sólo por la referencia gueimer. Dunas blancas, formadas por el viento que arrastraba la nieve desde abajo. El sol apenas había salido. La ventisca soplaba directamente de cara, constante, y de los árboles caían a menudo proyectiles de nieve, pero yo miraba con cuidado, porque había muchas ramas amontonadas en el suelo, y la próxima podría caer en mi jeto congelado. Había dos marcas en la carretera de un coche que pasó, pero no había ni uno más, y hasta tiempo después, ni un alma en la calle. En el metro, había gente confusa, que no sabía cómo trabajarían ese día porque estaba todo absolutamente inoperativo (espóiler: no trabajaron).


Ya estaba cansado a estas alturas, después de kilómetro y medio caminando levantando las rodillas hasta el paquete, pero lo mejor fue cuando llegué al parque Aluche, el último obstáculo que aguantar hasta llegar a casa. Fue una pena que, justamente al llegar, la batería de mi móvil decidiera morirse, porque era precioso y aterrador, pero coloco arriba y abajo las imágenes que más se parecen al paisaje. Alguien que no lo ha vivido o esté muy acostumbrado no podrá sentir lo que yo sólo describiéndoselo... fue como si la humanidad no existiera. Lo que era carretera, lo que era acera y parque, sólo estaba delimitado por las farolas y coches aparcados, completamente cubiertos. Caminando, notaba cambios de altura abajo, como bordillos, hoyos y piedras, pero cuando la nieve cubre hasta las rodillas, no importan. El lago no estaba congelado, pero casi (metí un poco el pie, abriéndome paso). Si pisé flores o tal, lo siento mucho, porque prácticamente había perdido las referencias de por dónde debía caminar, y los árboles, casi todos partidos, no ayudaban nada. Hubo un momento en el que caminé entre dunas, sorteando un pasillo de árboles caídos y torcidos, y estuve con la mente erecta y el culo prieto, para que nos entendamos. Fue como caminar en un desierto blanco de árboles caídos. Ni un alma en el puto parque. También era el lugar con el mayor nivel de nieve, ¿y los muñecos creativos de la tarde anterior? Ya no existían, salvo las ruinas de Jabba, apenas un montoncito.


Cuando llegué a casa, casi a las 10 de la mañana, obviamente fue necesaria una duchita caliente, lanzamiento en bomba a la cama y a tomar por culo la nieve. Cuando me desperté, casi de noche, ya había parado de nevar. Respiré aliviado.

El sábado fue día de pasarlo en casa o salir prudentemente a la nieve si querías fliparlo un poco, y el domingo fue el día de lamerse las heridas, o empezar a hacerlo, al menos. Palas, picos, AK-47s, los vecinos empezaron a desplegar su arsenal para limpiar las calles. Un taxista valiente llevaba a una mujer al hospital, se quedó varado y hubo que ayudarle. De locos, ese hombre fue directo a su casa a descansar, ya te lo digo yo.

Pero no hemos llegado a la peor parte.

El suelo que no veas blanco, son ramas caídas.

Visité la Casa de Campo, que para los legos es un parque la hostia de grande en el oeste de Madrid y que está a un tiro piedra de mi casa. Te alegrará saber que los monos del Zoo están bien, pero los árboles no tanto.


No, definitivamente no están bien. Los que no partieron ramas, han colapsado y se han partido en dos, el árbol entero. ¿Una semana como ésta una vez al año? Sería precioso, pero el ecosistema de Madrid no está preparado ni adaptado para nevadas, y mucho menos como la puta bestia parda que nos ha caído hace 4 días. Por eso digo que pasees, que aprecies la tierra y los árboles que te rodean, incluso a la propia ciudad en sí, porque al final, todo acaba desapareciendo. Un día está ahí, otro día se lo ha tragado un terremoto, o está partido por el peso de la nieve. ¡No pretendo dar un regusto negativo a esta aventura! Simplemente, me fascina el balance del universo, y cómo lo que para nosotros ha sido un acontecimiento precioso y extraordinario, para otros ha significado la muerte.


Personalmente, estoy contento con la parte que me ha tocado. Para bien o para mal, esta clase de acontecimientos históricos son los que se recuerdan, los que contar a los nietos, si la Tierra todavía sigue en su sitio para entonces, y qué quieres que te diga. Después de un 2020 terrible para los niños, el verdadero regalo de reyes han sido 6 días de vacaciones más de lo normal y una nevada que les recuerde que la verdadera esencia de la navidad, más allá del puto frío, es poder compartirlo con tu familia, con bolazos de nieve, que respetan de serie la distancia de seguridad, o construyendo un muñeco de nieve libre de coronavirus, a no ser que ese muñeco tenga un cartel de
COMPARTO MIS BABAS GRATIS,
y eso sea una orgía de besos la mar de eróticos. Pero vamos, yo lo dudo, ¿eh? Jajaja. ¡Un besi de fresi!

Comentarios

¡Lo más popular!

Top: Mejores iniciales en Pokémon.

Hollow Knight: cómo pasártelo en menos de 5 horas.

Top: Mejores shinys en Pokémon.

'Shrek 2' es la secuela perfecta.

Películas: 'Cómo Entrenar a tu Dragón', la trilogía.