Serie: Love, Death & Robots, temporada 1.
Que no te engañe el título: Love Death + Robots es una compilación de 18 cortos independientes, pero su hilo conductor no es ni el amor, ni los robots ni la muerte. Bueno, puede que la muerte sí, pero en realidad tratan sobre la sociedad humana y cómo ésta depende desde siempre de la tenología, hasta el punto en el que está enroscada en nuestra cultura, y nos obliga a avanzar con ella.
Pero no se trata de encontrar un punto en común ni nada de éso. De hecho, lo más divertido de esta serie está en separar cada capítulo como si de un mundo se tratase y comentar cuáles te han gustado más con tu vecino. A mí me han gustado bastantes, pero Zima Blue es mi favorito. ¡Y es curioso, porque sólo hemos visto la temporada de una serie!, pero de pronto nos ponemos a hablar de estilos y es como si hubiésemos visto 18 series diferentes, un formato poco convencional.
Hablando sobre este formato, de hecho, no es lo típico que haría Netflix, pero claro, a ver quién le dice que no a David Fincher, que ya venía de producir House of Cards con ellos. Se asoció con Tim Miller, director de la primera Deadpool y jefe del estudio Blur Animation, y repartieron los 18 cortos entre 15 estudios. Claro, estaba yo listo para decir que las diferencias tan exageradas entre cortos en cuanto a diseño de producción se debían a los diferentes estudios, pero Blur, que ha hecho 3 cortos, tiene una americanada realista, un thriller steam-punk con aires de cómic, y un dibujo pseudotradicional al estilo del Spiderverse.
O sea, que a la mierda mi teoría. Pero para el caso da igual, porque, aunque para mi gusto se repite demasiado la animación hiperrealista o de captura de movimiento, lo verdaderamente enriquecedor de este proyecto es que no hay dos estilos exactamente iguales. Es increíble cómo cada uno, en función a lo apegado que se encuentra al realismo, utiliza diferentes recursos para narrar. Mientras Afortunados 13 tiene un formato más tradicional de peli americana, Devorador de Almas recuerda a los mejores programas de animación de los 90, y Tres Robots es el hijo no reconocido de Wall-E. Cada uno con su rollo, sus transiciones y su forma de transmitirte el mensaje. Hay uno, La testigo, que tiene un estilo imposible de olvidar y un trabajo de edición soberbio.
Igual que todas están conectadas por la relación del hombre con la tecnología, todas tienen en común que son autoconclusivas y, aunque en cada corto se cuenta una historia, y a veces algunas tienen mucha chicha escondida detrás, como Noche de criaturas marinas, lo más importante es cómo cada una le da un papel diferente a la tecnología. En unos cortos, nosotros usamos la tecnología, en otros, nos usa a nosotros. En unos nos relacionamos con ella, mientras que en otros como Punto Ciego nos convertimos en ella, y en algunos incluso nos sustituye. A veces se enfocan en los avances tecnológicos para poner de manifiesto lo primitivos que somos, mientras que otros cortos se enfocan en los efectos que causamos en el planeta con esta vorágine de avances que no estamos sabiendo controlar.
Pero yo creo que lo más interesante del proyecto, al menos a nivel artístico, es el uso que se le da a la magia. Son 15 estudios y tal, 18 diseños de producción diferentes, pero el guionista (casi) siempre es el mismo, Philip Gelatt, y llega un punto en el que te pones a rascar cada corto y empiezas a ver patrones comunes, como este que digo sobre magia. Porque hay una distinción muy clara entre lo que es tecnología y lo que directamente se nos escapa de las manos, y no estoy hablando de magia como "tecnología que no comprendemos", sino de fuerzas de la naturaleza.
Y es que... la tecnología podrá ser fría, pero no es cruel. La naturaleza sí es cruel, y a veces hace cosas que no entendemos. Títulos como La guerra secreta ponen de manifiesto que hay cosas que, por más raras que parezcan, no tienen por qué tratarse de seres monstruosos más allá de Aquila (referencia intencionada), sino que pueden reposar en la oscuridad de los mitos o de las cuevas profundas del planeta. Y cuando digo que la naturaleza es cruel, no me refiero a que viva en su mansión del mal riéndose histriónicamente mientras acaricia su gato, sino que no nos conviene acercarnos a ella, ni por pretenciosos ni por ignorantes.
Lo mismo pasa justamente con determinados aspectos de la tecnología. Cuando no reconoces que un robot pueda ser humano, ¿ello lo convierte en humano? ¿Dónde están los límites, si vamos a jugar a ser Dios? ¿Puede una persona ser reconstruida parte a parte por piezas metálicas y seguir siendo ella, pese a que su condición y sus necesidades mentales ya no viven acorde a sus necesidades físicas?
A ver si esa crueldad de la naturaleza va a ser la naturaleza humana, que tanto se empeña en romper el equilibrio y, buscando más conocimiento, despierta sus demonios con algo hecho por sus propias manos.
A mi ne gusta el vertedero ����
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