Clara.


Hola, Clara. Siento mucho lo de estos tres meses, pero he tenido que hacerlo. No pretendía desaparecer, ni dejarte sola. Quiero que sepas que no me he enfadado contigo, sabes que no podría nunca, y me he ido porque he necesitado estar solo un tiempo. Espero que aún sigas viviendo en tu casa de Sant Pere ahora mismo, porque de verdad deseo que leas lo que quiero decirte, quiero creer que recibirás esta carta, y que la abrirás, pese a tu enfado, si es que estás enfadada conmigo.

Tenías razón, siempre la has tenido. Debí haber ahorrado más durante mi vida, no debería haber derrochado tanto en viajes vacíos y hoteles, en bonitas fotos de perfil para mis redes sociales. La salud, me has dicho siempre, ahorra para cuando ocurra una emergencia... tenías razón. En Canadá existía una cura posible para mí, pero no tuve dinero para pagarla, y jamás te hubiese pedido dinero, ésta ha sido mi responsabilidad, y lo último que quería era que me vieras débil y pálido, pero está bien. Canadá es feo y sucio, y lleno de barro, tan lejos de casa, tan lejos de ti... Madrid está mucho más cerca.

Desde esta cama de hospital he tenido mucho tiempo para reflexionar, y rememorar esos lugares paradisíacos en Cuba, o Filipinas. Toco la arena en mis sueños, y no siento nada, tampoco escucho las olas… y todas esas fotos alucinantes, ¿dónde están? En la mesita, junto a mí, solo tengo una foto, la tuya. Cada vez que te miro, tú me miras a los ojos con esos ojos tuyos de color avellana, y jamás borras la sonrisa. Me animas tanto que me quitas el dolor, y tú ni siquiera lo sabías hasta ahora.

Esa sonrisa tuya. Cuanto más la miro, más ganas tengo de seguir mirándola, y no me canso, nunca lo he hecho. ¿Te acuerdas ese día que nos conocimos? Te sentabas a mi derecha, en primero de bachillerato, y se me cayó el bolígrafo. Tú también fuiste a recogerlo, y golpeé tu hombro con la cabeza. Recuerdo que te miré, sorprendido, y tú te me quedaste mirando, y sonreíste. Ésto no lo sabes, pero en ese momento me sentí vacío de todo, salvo de una cosa: tenía la idea abrasadora de grabar a fuego esa sonrisa en mi cabeza, como todas las sonrisas que me has dedicado a lo largo de tu vida. Clara, me encanta hacerte reír.

Y voy a echar todo éso de menos. Tu sonrisa me acompaña ahora, y me ayuda, pero deseo más que nunca que fuera real, y estuvieras aquí, en la habitación. Y que me sacaras de aquí, y volver a abrazarnos después de una discusión. Llorar borrachos en tu sofá, contándonos nuestras penas. Revivir la magia de cuando tiraba piedras pequeñas en tu ventana, para que tus padres no se enterasen de que salíamos de paseo tan tarde. En cierta medida, éso se perdió hace tiempo, y ahora que lo recuerdo tan presente, tengo la sensación de que podría haber revivido alguno de esos días contigo, volver a sentirnos jóvenes como antes. Invitarte a cenar. Comprarte flores, por más que a tu familia éso no le gustase.

Aun así, creo que tú y yo tuvimos una relación bonita, aunque fuera tan incompleta, aunque te cerraras a mí desde que yo estuve dispuesto a abrirme. Estuve para ti, y no te voy a engañar, tú me has hecho muy feliz, incluso cuando no lo intentabas. Sin embargo, me pregunto cómo hubieran sido las cosas si hubiesen ocurrido de otra manera, ya sabes a lo que me refiero. ¿Qué hubiera pasado si me hubieses querido? ¿Dónde estaríamos ahora, y qué podríamos haber construido? Yo acepté todo lo que me quisiste dar, y me conformé. No me convertí en cirujano por mi padre, sino por ti, para hacerte feliz desde que tu familia te convenció de que era lo mejor para ti. Si no iba a ser de una manera, lo haría de otra, pero tú te cerraste. Yo siempre hablé bien de ti a todas mis aventuras, pero tú dejaste que tu esposo hablase mal de mí y tuviese celos. No hubieses hecho por mí todo lo que yo hice por ti, ¿o sí? Quizá esté exagerando. Estos últimos años, al menos, te preguntaba cómo estabas, te pedía que me contaras cosas sobre ti porque me importan. Entiende que no te cuente lo más importante cuando no te has preocupado por mis problemas más pequeños.

En fin… da igual. Quién dio más, quién se portó mejor, ahora ya no importa, y esta carta no es un reproche. Tu foto me acompaña, y tu sonrisa, y me quiero quedar con eso.  No te veo preocupada, ni enfadada, no sientes pena por mí, no. Sonríes, como hace años que no me sonríes. Sé feliz, ¿vale? Disfruta de tu familia, porque es algo muy valioso, es algo que no se alcanza a comprender hasta que uno se queda solo. Tienes una familia preciosa, y dos niños fabulosos.

Me cuesta despedirme, tanto como me costaría si estuvieses aquí mismo, y no quiero dejar de escribir, porque sé que, en cuanto cierre esta carta, te irás. No quiero que te vayas, Clara. Quiero alargar este momento para siempre, pero no puedo. En mi caverna, hay un cofre hecho con las sonrisas tuyas que grabé a fuego a lo largo de mi vida, y me voy con lo que hay dentro. No he tenido una gran vida, por éso, ahora mismo, me sorprendo por tener para mí un tesoro tan valioso. Hasta siempre, Clara. Hasta siempre. 

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