Película: Free Guy.
Los que dicen que los videojuegos fomentan la violencia son los mismos que prohíben escuchar música a un programador o los que impondrían un estúpido toque de queda en tiempos post-pandemia en lugar de habilitar más afluencia en transporte público por la mañana: gente que reprime por ignorancia. La violencia en un videojuego da igual, no es real, pero éso no significa que haga bueno a un juego. Vende, sí, pero hay posibilidades más allá que pulsar R2 y acabar con el separatista checheno que casi te endosa una granada por el ojete.
De hecho, creíamos que la cultura de videojuegos ya había alcanzado su techo, y en los últimos dos años (en parte por la pandemia) hemos presenciado una explosión en la escena estrímer que lo ha vuelto todo bastante más complejo. Gente como Ibai, Auron o Rubius pueden convertir cualquier clip de videojuego en viral, por lo que la admiración hacia Guy que sucede en la película no es realista, pero sí cuadra con la cultura que vivimos hoy.
Voy a compartir algunos pósters oficiales porque son la hostia. |
Sin embargo, toda esta presencia estrímer y los paralelismos continuos hacia GTA Online y juegos del estilo sólo es el marco en el que los personajes se mueven, y el núcleo está en lo que estos personajes sienten. No compraríamos igual la química que tienen Guy y la Chica Molotov sin la brevísima escena del columpio, que simplemente es una cámara lenta con un primer plano a sus sonrisas. Y como ésta, todas. Las relaciones entre los personajes son fuertes y coherentes, al menos entre los principales, y sólo veo un error, cuando cierto personaje extrapola lo que siente por otro, a un tercero. Precisamente, esta extrapolación rompe con el mensaje que estaba queriendo transmitir la película: que todo lo que nos hace sentir, es real y único, aunque sea ficticio.
Entonces, ¿en qué posición queda el videojuego en todo ésto? Desde luego, tanto los escritores como el director conocen el mundillo. Se toman muchas licencias en cuanto a lo que un programador puede hacer o en cómo funcionan los servidores de un juego, pero está claro que lo hacen por una cuestión dramática. Conocen los ítems que se suelen utilizar jugando, los comportamientos que se suelen dar en juegos como GTA, incluida la legendaria posadera de huevos en la cara del rival muerto (gesto que creó luego los bailes como los de Fortnite). Conocen bien cómo funciona la creación del terreno sobre el que se mueve un videojuego, alguna que otra noción sobre cómo funciona el código de programación, y lo que para mí es más importante, cómo funciona la industria.
Porque sí, obviamente las empresas tienen que ser rentables para poder seguir creando entretenimiento, pero si exprimimos el arte como si sólo fuera dinero, ¿cómo nos va a hacer sentir igual, y crear ese sentimiento auténtico del que te hablaba antes?
Aquí entra en juego la escena indie, la auténtica revolución reciente de los videojuegos. Cómo artistas, desde su casa y después de 5-10 años de desarrollo, crean títulos baratos y humildes que, aunque puedan ser breves, proporcionan un sentimiento puro, sin diluir por las empresas que buscan no ofender o alargar las horas de juego con mecánicas repetidas. Y todas estas cosas que he estado mencionando se tratan en esta película, que se convierte de un GTA loco a una carta de amor muy sincera hacia los videojuegos.
Entonces, ¿qué hacemos con la violencia virtual? ¿Es mala, sólo porque los buenos quisieran un juego de pura observación y el antagonista uno de tiros y locura? No, qué va. La violencia nunca fue lo negativo de Free City, pues sus habitantes no viven mal conviviendo con ella, y los videojuegos caros no son el problema, sino aquéllos que te hacen pasar por el aro, como los de Electronic Arts, los de Activision-Blizzard o los de Rockstar.
Y, a una escala diferente, ¿no estamos también en un mundo un poco loco? Vivimos bamboleados de un lado para otro, sin más poder que el de votar, dirigidos por líderes políticos, a su vez dirigidos por las grandes corporaciones. ¿Qué diferencia hay entre Guy y nosotros? Vivimos en una rutina deseando romperla, pero cada vez que lo intentamos, no encontramos la forma o el resto del mundo nos empuja a seguir el camino. Algunos de ellos nos dirán que los videojuegos fomentan la violencia, otros nos prohibirán escuchar música mientras programemos, y otros... en fin, otros impondrán un toque de queda. ¿Tanta putada es, si varios de nosotros lo hacemos al mismo tiempo, salir de este agujero en el que todo es igual?
Joder, quizá hasta vivamos en una simulación y no existamos realmente. Pero de nuevo, ¿éso nos hace menos reales, o hace que merezca menos la pena? Pues éso. ¡Un besi de fresi!
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