La fea.
Te diré lo que pasó. El martes pasado se murió alguien cercano a mi padre, Rodrigo, un amigo suyo de toda la vida. Para que te hagas a la idea, yo de pequeño le llamaba tío Rodrigo. La cosa es que hacía como veinte años que no veía al señor, ya ni me acordaba de él, pero como mi padre está enfermo, me pidió que fuera yo al velatorio a dar el pésame por parte de los dos y esas tonterías. Un marrón de cuidado, vaya. Ahí me planté, estaba yo solo, claro, y no conocía a nadie. La gente hablaba entre ellos de cosas típicas, lo buena persona que era ese tal Rodrigo, lo mucho que le echarán de menos, todo lo que te podrías encontrar en un manual de temas recurrentes en un velatorio, pero oye, al menos se conocían. Yo estaba quieto y solo en un rincón, con un donut en la mano y café en la otra, mirando a sitios aleatorios de la habitación, yo qué sé, el florero, que era bonito, el jarrón de cerámica que tenía cerca, o me preguntaba cuánto habría costado alquilar esa habitación con tanto lujo d