Serie: Breaking Bad.


No eliges tener cáncer. Un día te desmayas, sin venir a cuento, y descubres que sólo te quedan 2 años de vida, algo más como mucho, y gastándote los ahorros de tu vida en quimio y operaciones. No has dejado huella en el mundo, y a tu familia, sin un centavo. Puedes victimizarte y acurrucarte en un rincón, o puedes afrontar lo que te queda de vida y hacer algo con ello. No eliges tener cáncer, pero puedes elegir qué hacer con lo que te queda. Ahora, cuando lo que hagas se te encarame al cuello y descubras que hay amenazas peores que cualquier enfermedad terminal, no será momento de victimizarte, ni echar la culpa al bulto en tu pecho.

Breaking Bad nos cuenta esta historia, la de un profesor de instituto que, sabiendo que le queda poco, decide fabricar la mejor metanfetamina del mundo para sacar con ella dinero fácil, para su familia. Walter es un profesor tímido, venido a menos, que no sabe ni manejar una pistola y que se ha metido en el mundo de la mafia sin tener ni puta idea de cómo funciona y sin contactos. A partir de ahí, la historia se escribe sola, y sólo puede ir hacia arriba: la leyenda del hombre hecho a sí mismo, que se sobrepone a los obstáculos y gana experiencia esquivando balas, trabajando para hombres cada vez más importantes. Es el sueño americano.


Lo que más me sorprende es que su historia es completamente redonda, es decir, que no quedan claras las cosas hasta que se termina. Eso significa que los que la siguieron al día y tenían que esperar un año para la siguiente temporada, quizá se llevaron la idea equivocada al principio. Breaking Bad parece una fantasía de poder, una historia machirulesca donde para medrar en la vida hay que volverse rudo y dejar los sentimientos y las llorerías de lado. Parece que las mujeres se hacen un lío mientras los hombres hacen llegar el dinero a casa. Parece que el drogadicto siempre va a ser drogadicto. También parece que es lenta y aburrida.

Me enganché a la serie cuando salió la quinta y última temporada, en una época lejana en la que todavía se utilizaba el Emule y el Ares. La disfruté, pero no era mi estilo. No fue hasta hace poco, cuando por fin tuve la cabeza suficientemente centrada para un título que necesita tiempo y cabeza para comprenderlo, y sabiendo cómo terminaba, que pude entenderla del todo. Porque esta serie no la ha hecho un niño mental como Michael Bay y no es una fantasía de poder en la que el hombre duro es el alfa, como ya escribí hace 3 años, y las mujeres, lejos de marear mientras el hombre provee, son las que aguantan el golpe con tal de que la testosterona sin control destroce la familia. Puede que los drogadictos lo sean porque sean las víctimas de los poderosos, sin necesidad de justificar esa victimización.


Vince Gilligan subvierte muchos clichés de las series típicas de televisión, sobre todo entonces, cuando las series se consideraban un producto menor. Eso no le impidió, incluso cuando en la primera temporada sus recursos eran claramente escasos, que la fotografía siempre fuera limpia y bien compuesta y que sus escenas estuviesen bien planificadas. Es una serie que puedes hasta olerla. No tan refinada como Better Call Saul, que vino después, pero su premisa es más efectiva y da lugar a muchos momentos icónicos. Para ser tan lenta, sus capítulos van a degüello y utilizan la calma como herramienta de tensión, mejor que ningún otro producto. No hay nada que sobre, no hay nada raro, el nivel no cae. Es simplemente así de buena, sin hacer nada rimbombante ni petrencioso.

Pero, sin desmerecer a Gilligan y los directores, el éxito recae en los personajes y en los actores que los interpretaron. Aaron Paul, Anna Gunn, Dean Norris y Giancarlo Esposito me parecen los más destacables, pero vamos a ver. Bryan Cranston. Ya está. Al lado de ese nombre sólo va un punto, y ese punto lo dice todo. La forma en la que te vende sus emociones, su perspectiva, porque al final lo que estamos viendo está todo desde su perspectiva. Pero la gracia de la serie está en saber escapar de esa perspectiva, y prestar atención a los líos en los personajes se han visto realmente envueltos, y en los que se han metido ellos solitos. Dejando al margen que se metieron en el negocio de la droga queriendo, en primer lugar.


No elegimos ni el cáncer, ni los accidentes, ni las atrofias prematuras de nuestro cuerpo. Podemos culpar al destino de quitarnos de en medio antes de que podamos cumplir nuestros sueños, o podemos ponernos manos a la obra ya. Pero cuidado con lo que deseas. Los mayores monstruos no son capos de la droga millonarios, sino esos mismos sueños encerrados y reprimidos que nos vuelven impulsivos y nos hacen justificar los medios cuando estamos a punto de conseguirlos. El poder no corrompe, nos corrompen nuestros deseos desmedidos, es decir, nosotros; nosotros somos el monstruo.

Podemos elegir continuamente el camino que tomamos, y todo lo que hacemos tiene consecuencias. Si eres de los que piensa que con Gus debería haber terminado la serie, no entendiste lo que intentaba contarte. ¡En fin, reseña terminadinchi y muchos besis de fresinchi! ¡A hacer formulación orgánica a otra parte!

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